martes, 24 de febrero de 2015

Review: The Zero Theorem


Muy buenas a todos,


hoy os traigo este film de ciencia ficción del 2013 dirigido por Terry Gilliam, más conocido por ser ex Monty Python y haber dirigido mitos de culto como Brazil, Twelve Monkeys y Fear and Loathing in Las Vegas.




Terry Gilliam es famoso por su imaginación, gusto por el detalle, barroquismo y estética incomparable pero estando presentes todas las virtudes de su puesta en escena, tal vez echamos en falta algo que daba equilibrio a sus obras cumbre: un guión que ponga algo de orden y le dé sentido a la apabullante catarata de ideas con la que el director nos asalta a nivel conceptual y sensorial.

En esta historia el punto de partida tiene ciertas similitudes con Brazil, aunque en lugar del individuo luchando contra la burocracia llevada a su máxima expresión tenemos al individuo en las redes del corporativismo atroz, personificado en la figura (casi mítica) conocida como La dirección. En este caso, el protagonista es un hombre infeliz y de carácter ermitaño que vive recluido en una antigua capilla abandonada, saliendo únicamente para acudir a su trabajo resolviendo teoremas y cuya única motivación es esperar eternamente una misteriosa llamada de teléfono que nunca llega. Tras solicitar repetidamente poder trabajar desde casa, por fin recibe el visto bueno de La dirección a cambio de emprender una tarea considerada como imposible y capaz de acabar con la cordura de quien la afronta: resolver el Teorema Cero. Para ayudarle a soportar su tarea contará con apoyos inesperados como los de una trabajadora del cibersexo, una psiquiatra virtual de lo más inoportuna y el propio hijo de La dirección, con quien establecerá una relación casi paterno-filial.

Sin embargo, toda la película está preñada del inigualable poderío visual de su director, capaz de que no terminemos de salir nunca de la narración gracias sus hallazgos estilísticos, su forma de narrar y los innumerables detalles que enriquecen el metraje. Es una pena que no se hayan explorado más las posibilidades de este futuro luminoso y recargado, porque encontramos infinidad de pequeños elementos que nos asombran y/o nos sacan la sonrisa, como la publicidad que persigue insistentemente a los viandantes, la forma de resolver los teoremas como si se tratara de un videojuego, la entrada al mundo virtual de la "amiga" del protagonista, el parque repleto de prohibiciones, las pizzas cantarinas o la Iglesia de Batman redentor. Un torrente de referencias y detalles que, junto a la arrolladora escenografía, suponen un plus para encontrar puntos de disfrute.

Los amantes del cine de Terry Gilliam encontrarán razones para disfrutarla, aunque con el riesgo de que les deje una sensación agridulce, de historia con potencial pero excesivamente caótica y vacua. Los detractores del director, por contra, encontrarán razones suficientes para seguir odiándolo.






Margot Parra

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